
La historia humana está llena de momentos en los que el instinto pudo más que la ética, plantea un estudio liderado por Carmen Vicario. Algunas de esas veces, el instinto en cuestión fue el hambre. Sin embargo, hasta ahora, no ha sido ampliamente estudiado el vínculo entre el apetito y el juicio moral. O en otras palabras, pasar hambre, ¿puede modificarlo?
Vicario y sus colegas encontraron que sí: cuando tenemos hambre, baja nuestro nivel de desaprobación moral respecto de las violaciones éticas. Por eso, entre otras cosas, los autores sugieren que si tenés la intención de pedirle perdón a alguien por un mal comportamiento que hayas tenido, es mejor hacerlo antes de que desayune, o en algún momento del día en que no haya comido hace rato y tenga apetito.
Hay que aclarar un punto importante. Los participantes del estudio pasaron unas horas de hambre, probablemente sabiendo que lo estaban haciendo en el marco de un experimento, que terminaría a las pocas horas, tras lo cual tendrían oportunidad de comer nuevamente. Esto dista por lejos de parecerse al sufrimiento inimaginable de quienes no comen porque no tienen lo que comer, ni saben cuándo será la hora en que volverán a comer.
En el paper titulado 'El efecto del hambre y la saciedad en el juicio de violaciones éticas', los investigadores describen que invitaron a 53 participantes y los dividieron en 2 grupos, reporta Rob Henderson de la revista Psychology Today. A los participantes del Grupo 1, les pidieron que ayunen durante 12 horas. A continuación, les pidieron que leyesen una serie de dilemas morales y que puntuaran su nivel de desaprobación respecto de las decisiones de los personajes en los textos que habían leído. También que reportaran cuánto hambre tenían. A continuación, los investigadores les ofrecieron comida. Tras haber comido, los participantes leyeron más dilemas morales y puntuaron su nivel de desaprobación dentro del rango de "no lo desapruebo para nada" a "lo desapruebo de manera extrema".
A los participantes del Grupo 2, los investigadores les pidieron que ayunaran durante 12 horas y luego les ofrecieron comida. Tras lo que leyeron los mismos dilemas morales que el Grupo 1 y los puntutaron. También reportaron el hambre que tenían. El Grupo 2 retornó al día siguiente, habiendo ayunado durante 12 horas, y proveyeron su respuesta a más dilemas morales (sin haber comido antes, esta vez).
Ambos grupos puntuaron su desaprobación respecto de las decisiones de los personajes en los dilemas morales tras haber ayunado y tras haber comido. El Grupo 1 ayunó, luego respondió a los dilemas morales, luego comió y luego respondió a otros más. El Grupo 2 comió, luego respondió a dilemas morlaes, luego ayunó y respondió a otros más. Los investigadores encontraron que los participantes que tenían hambre perdonaban con mayor facilidad. Eran más indulgentes respecto de las acciones de los personajes. Las personas que acababan de comer mostraban mayores niveles de desaprobación. Las conclusiones del estudio dicen que"los estados corporales pueden afectar los estados mentales". La moralidad, según este estudio, es un lujo que sólo pueden darse aquellos que tienen sus necesidades cubiertas, explica Henderson.