
MOSCÚ (Gazeta.ru). En 2016 el mundo fue conmovido por el inesperado éxito de los euroescépticos en el referendo de Gran Bretaña, con una participación de más del 72%; y la victoria de un outsider sin experiencia política como Donald Trump, en las primarias del Partido Republicano y luego en la derrota de quien parecía vencedora sin alternativas, Hillary Clinton, en las elecciones presidenciales de los EE.UU.
La señal de alarma para los partidos del 'Sistema' y centristas sonó bastante antes, pero no la escucharon. En el curso de varios años los populistas del italiano “Movimiento 5 Estrellas” encabezados por el satírico Beppe Grillo, políticamente incorrecto; y el partido radical español “Podemos”, conducido por el politólogo Pablo Iglesias, restaron votos a los viejos partidos. En Grecia, como resultado de la crisis financiera y gubernamental, la coalición radical de los populistas de izquierda “Syriza” llegó al poder en las elecciones parlamentarias de 2015.
En 2017 continuó la tendencia a consolidar las fuerzas antisistémicas. En Francia y Alemania, los populistas del “Frente Nacional”, de Marine Le Pen, y el partido “Alternativa para Alemania” se enfrentaron con éxito a los candidatos del mainstream político. En República Checa el partido populista del multimillonario y magnate mediático Andrej Babiš“ANO 2011” (Akce Nespokojených Občanů 2011, es decir, Acción de Ciudadanos Insatisfechos 2011) venció en las elecciones parlamentarias.
En 2018 los euro-populistas fortalecieron sus posiciones: el “5 Estrellas” en el curso de las elecciones generales en Italia obtuvo el 32% de los votos.
El resultado consiste en que todo el esquema político posbélico cruje por las costuras. En los sistemas anglo-sajones se deforma el consenso de los partidos del mainstream con el quiebre de la unión entre los conservadores y los liberales. En los sistemas políticos continentales europeos se desploma la unión entre los conservadores y los socialistas, establecida tras finalizar la Guerra Fría.
La transformación más asombrosa ocurrió en Francia y, quizá, en Polonia.
En 2016-2017 la V República debió cumplir una obligada recarga de su espacio partidario-político. En las mejores tradiciones de la tecnología política local, en apenas un año antes de las elecciones presidenciales se creó el movimiento “¡En Marcha!”, que encabezó el desconocido joven Emmanuel Makron, ex directivo del Rothschild Bank. Sin participar en las primarias de los gaullistas o de los socialistas, que conservaban el puesto de Presidente, surgió en las elecciones como un nuevo héroe nacional, venció a Marine Le Pen y luego conformó una nueva mayoría en el parlamento, anulando en mucho las posiciones de los dos partidos más viejos de Francia.
En Polonia, el partido gobernante Ley y Justicia (en polaco, Prawo i Sprawiedliwoś), de Andrzej Duda, no sólo desplazó a los euro-optimistas y centroizquierdistas de“Plataforma Cívica”, de Donald Tusk, sino que se lanzó a realizar una política que difícilmente se pueda definir. Esta última conjuga en sí las formas izquierdistas en la economía (reducción de la edad jubilatoria, subsidios para familias con dos o más hijos) y extremadamente derechistas en la política cultural y nacional.
La anterior armonía
¿Cómo el mainstream (tendencia o mayoritaria o dominante) perdió su respaldo?
En la Europa Occidental de postguerra el enfrentamiento entre los partidos de izquierda y de derecha durante largo tiempo fue la base del proceso político. En los años '90, por la incidencia del quiebre del bloque socialista, esa competencia decayó abruptamente. Los centroizquierdistas renegaron de la idea de crear una economía sin propiedad privada.Los centroderechistas no se apresuraron a recuperar el capitalismo siglo XIX, no regulado por el Estado.
Así, ocurrió una unificación paradójica de la agenda de la centroderecha -con acento en el papel especial del libre mercado-; y de la centroizquierda -con énfasis en el elevado protagonismo de los gobiernos en el reparto de los bienes económicos, así como en el respaldo a las minorías culturales, sociales, sexuales y demás-
Fundamento para la formación de la unión de los partidos del mainstream fue el centrismo económico. En el mensaje a la nación de 1944, Franklin Roosevelt, por primera vez introdujo la idea del cálculo del Producto Interno Bruto. Desde entonces, asegurar el crecimiento del PIB se convirtió en tarea clave de cualquier gobierno, de izquierda o de derecha.
Independientemente de los resultados de las elecciones, el curso político del gobierno nacional permaneció invariable.
Se determinaba por concepciones de pragmatismo económico. La necesidad de mantener con medidas de mercado el crecimiento económico, comprendido como crecimiento del PIB, no se discutía por ninguna de las fuerzas políticas líderes.
La derrota de la URSS en la Guerra Fría condujo a que no sólo los partidos de centroderecha y conservadores, sino los renovados socialistas (por ejemplo los laboristas en Gran Bretaña) y los liberales (por ejemplo el Partido Demócrata en los EEUU) practicaran la introducción del mercado libre en todas las regiones que fuera posible.
La segunda tarea clave de la clase política fue la realización de una política social que eludiese los extremismos, capaces de generar acusaciones de “social-darwinismo”, eugenesia o racismo.
La nueva política social, el multiculturalismo y su conformación discursiva en la forma de principios de tolerabilidad, se convirtió en parte inalienable del mainstream, un aporte original de los centroizquierdistas y socialistas al capital estatutario de la“nueva compañía conductora”.
La erosión de la clase media
El respaldo social a los partidos del mainstream se construyó sobre el crecimiento de la “clase media” y la gradual desaparición de la clase obrera. Esta última desaparecía debido a la transferencia de producciones a los países en desarrollo (outsourcing).
El crecimiento de la economía en los '90 en los países de Occidente, al parecer, elevaba todas las naves, incluyendo amplias capas de la“clase media”. Tal como señala el economista de Harvard, Dani Rodrik, en el libro “Paradojas de la globalización”, las economías más abiertas y globalizadas de Europa (tales como las de Holanda y Suecia, donde los gastos presupuestarios ascienden al 50% a 60% del PIB) crearon al mismo tiempo poderosísimas redes de previsión social para la clase media. La política de apertura económica marchaba en paralelo con el fortalecimiento del Estado.
Las economías más fuertes y autosuficientes, como la de los EE.UU., al principio tuvieron una menor motivación para la creación del welfare state. La política mantenida aumentaba la inequidad. El economista norteamericano Branko Milanovic, en el libro “Inequidad global. Nuevo enfoque para la época de la globalización”, señala que durante los recientes 30 años fueron dos grupos de población los que más ganaron a escala global.
>En un 70% a 80% creció el ingreso real de la clase media de China, que salía de la pobreza, y de algunas otras economías emergentes (incluyendo, en parte, a Rusia).
> El 2do. grupo que ganó por la globalización resultaron los ricos y los súper ricos. Los ingresos del 1% de los más ricos en el reparto global (3% a 6% de los habitantes más ricos de los EE.UU. y la UE y el 1% de los ciudadanos más ricos de las economías emergentes) crecieron en un 50%.
Francis Fukuyama, reconocido por sus predicciones del fin de la historia y la falta de alternativas al orden liberal, ya en 2012 en su artículo “El futuro dela historia”, advertía que la forma corriente del capitalismo global barre la base social de la clase media, en la que se apoyan las democracias liberales para su existencia.
Los ingresos reales de la clase media en los países desarrollados en los últimos 30 años cayeron en un 5%. Enfrentados con la competencia por parte de los migrantes, los cuellos“azules” y en parte “blancos”, resultaron en una situación aún menos cómoda. La reducción o el estancamiento de sus ingresos se convirtieron en tendencia a largo plazo.
Golpe de derecha
La clase media tropezó con una doble traición a sus intereses, tanto de parte de los derechistas como de parte de los representantes de la izquierda en el mainstream.
Los centroderechistas tradicionalmente se pronuncian por la reducción al máximo de las barreras en el comercio internacional, por la libertad del movimiento transfronterizo de los capitales y respaldan la globalización. Pero hablar de que todos resultan gananciosos no es verdadero. Son importantes los efectos distributivos. Las redes de previsión social y de redistribución en las economías desarrolladas e hiperglobalizadas al estilo de Holanda y Alemania disimulan los efectos negativos de la globalización.
En los EE.UU. la situación es distinta. Por ejemplo, luego de entrar en vigor el NAFTA (North American For Trade Agreement o Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte) preparado por los republicanos para el libre comercio entre los EE.UU., México y Canadá, en 1995 comenzó un proceso de outsourcing masivo de las compañías estadounidenses a los clústeres industriales en el norte de México debido a la enorme diferencia entre los dos países en el pago del trabajo y a una conveniente logística. Como resultado, entre 1998 y 2005 los estados de USA del “cinturón oxidado” (Michigan, Ohio, Pennsylvania) perdieron más del 20% de puestos de trabajo.
Los beneficios de la globalización, en lo fundamental, fueron privatizados por las élites que recibían una parte mayor no proporcional del crecimiento del PIB en tanto que los gastos se socializaban. Los centroderechistas se inquietaron poco por la calidad de los nuevos puestos de trabajo para la ex clase media.
Y golpe de izquierda
El barrido de la lealtad de la clase media en relación con el flanco izquierdo del mainstream político transcurrió por otra línea.
En primer lugar, las centroizquierdas no protestaron contra la política pro-globalizante y plutocrática de las derechas.
En segundo lugar, las izquierdas se concentraron cada vez más en cuestiones de “corrección política” y de”discriminación en reversa” (de privilegios para capas otrora sometidas, en particular mujeres, y representantes de cualquier minoría).
Y, lo que probablemente sea lo más importante, la estimulación de la migración.
Junto con el crecimiento del número de migrantes se reforzó abruptamente el papel de la “discriminación positiva” en la realización de los programas sociales, y los elementos de las sociedades multiculturales comenzaron a introducirse como estándar nacional.
Los migrantes, gradualmente, comenzaron a percibirse como una amenaza por los representantes de la clase media. Es comprensible la génesis de este fenómeno. A mediados del siglo XIX, el antagonismo marxista entre ricos y pobres tenía un carácter internacionalista claramente expresado. La diferencia entre los países ricos y pobres en el nivel de los ingresos medios no era mayor que en 5 veces.
En el siglo XXI, el bienestar de un determinado ciudadano depende en menor medida de la pertenencia de clase y en mayor medida del lugar en que nació: creció radicalmente la desigualdad entre países.
El representante promedio del 10% de los estadounidenses más pobres es más rico que el 90% de los indios. En correspondencia, la lucha de clases, tal como afirma Branko Milanovich en su artículo «Global Inequality: From Class to Location, from Proletarians to Migrants», en parte se transformó en migración laboral.
La clase media occidental no quiere ver al migrante como su contrincante en la repartija de la torta del welfare state. No es en aras de los migrantes que trabajan los representantes de la clase media que habitan las regiones urbanas no ricas. Los políticos que resuelven la recepción de migrantes no se convierten en sus vecinos directos, la propiedad de los representantes de la clase media puede desvalorizarse debido a la vecindad de comunidades de otras culturas.
El respaldo a los migrantes, la corrección política y el multiculturalismo son símbolos de la fe del mainstream de izquierda, un original resarcimiento de las deudas del imperialismo, del comercio desigual y de la explotación en el pasado, es el peso que lleva el hombre blanco en el siglo XXI.
La alternativa populista
Como resultado de la fractura de los partidos de izquierda y de derecha con respecto a sus tradicionales electores, aparecieron nichos electorales que antes parecían totalmente cerradospor los partidos masivos del siglo XX. Los partidos alternativos surgidos no pueden ser catalogados como alguna variante de la ideología política tradicional.
En el ámbito de la economía, ellos reemplazan el econometrismo tradicional para el mainstream por el populismo. Las principales características de los nuevos populistas son: en economía, la redistribución; en la movilización de partidarios, la imagen del enemigo; en la agenda ideológica, el anti globalismo y el anti elitismo.
Si un migrante es declarado enemigo, la resolución es proteccionismo y modificación de los programas sociales para migrantes; si es enemigo de los ricos, impuestos para los ricos y aumento de los programas de welfare.
La lógica es sencilla: cuanto más seria sea la grieta entre pobres y ricos tanto más conveniente para los pobres será la estrategia de redistribución (y no el crecimiento del PIB transformado en fetiche por el mainstream, ya que los frutos de este crecimiento en condiciones de elevada inequidad se derivan exclusivamente para los ricos). Esto último es exactamente el populismo económico.
Los economistas Rüdiger Rudi Dornbusch y Sebastián Edwards Figueroa, en el libro “Macroeconomía del populismo en América Latina” lo determinan así: “la política acentuada en la redistribución de recursos sin atender los riesgos inflacionarios y fiscales, así como subvalorando la reacción de la economía a las medidas gubernamentales fuera de mercado”.El acento en la redistribución se traslada exitosamente de América Latina al terreno estadounidense y europeo.
El populismo de derecha se concentra en el nacionalismo y el proteccionismo y, correspondientemente, se focaliza en la redistribución de los puestos de trabajo de los migrantes o de los mercados laborales foráneos excesivamente abiertos en beneficio de la población local.
El populismo de izquierda se concentra en la lucha de clases y declara imprescindible la redistribución de las ganancias de las capas ricas hacia las pobres.
El populismo híbrido (el Frente Nacional en Francia) utiliza ambos recursos.
¿La tercera traición?
Hacia 2018 las perspectivas electorales de los movimientos alternativos se hicieron evidentes para muchos. Pero ¿qué hacer con el viejo contorno tecnocrático de dirección, que se recomendó en los años previos? Este problema se plantea ante los victoriosos representantes de las “alternativas”.
Trump, victorioso bajo consignas “imposibles”, de inmediato luego de la victoria moderó abruptamente su retórica. Él mantiene una política totalmente convencional. La tarea de “secado del pantano de Washington” se recluyó en un alejado cajón, la reforma impositiva de 2017 se llevó a cabo en interés de las grandes corporaciones y la guerra comercial con China por ahora no es más que una amenaza.
El gobierno de Gran Bretaña encabezado por Theresa Mary May intenta realizar una variante“suave” de salida de la UE. ¿No será entonces que la“alternativa” es apenas una selección de palabras atractivas para el electorado?
Por ahora, no hay una respuesta exacta. En cambio, la agenda globalizante pierde atractivo para las propias élites occidentales. Tiene lugar la ruptura de las preferencias del capital global. La producción se hace cada vez más “capital-intensiva” y cada vez menos“laboral-intensiva”,el outsourcing en los países de mano de obra barata se hace cada vez menos beneficioso y el factor de cercanía con los mercados es cada vez más significativo.
La retórica populista de Trump sobre la transferencia de producción de México y China de vuelta a los EE.UU a veces comienza a coincidir con el interés de las grandes corporaciones.
Además, tras los límites del “mundo occidental” existen bastantes ejemplos cuando los gobiernos formalmente no liberales llevan a cabo una política económica neoliberal por su contenido, con frecuencia con medidas mucho más severas que las que podrían permitirse los gobiernos liberales occidentales (China, por ejemplo).
Es bastante posible que una parte significativa de los populistas radicales, que bravuconean con sus consignas negativas, esté dirigida no a la ruptura del mainstream, sino a su banal incorporación al establishment.
A propósito, no es nada nuevo, ha sido el típico problema de los socialdemócratas ya desde principios del siglo XX.